Eso pensaba John, el joven heredero de los Cargill - Mac Millan, mientras recorría los últimos kilómetros que le separaban de su destino. Su secretario, más mayordomo que otra cosa, le había buscado un hotel céntrico, muy a su gusto, el Copley Plaza Hotel, construido no hace mucho sobre el Museo de Bellas Artes.
Copley Plaza Hotel |
Al otro lado de la ciudad, en la nueva oficina de detectives, Frank y Alex comentaban su sorpresa por la invitación que habían recibido.
El Señor William Meyers después de muchos años desde la Gran Guerra, les había recordado, allí sirvieron junto a él, en la 4ª División de Infantería.
Ninguno de ellos era fácilmente impresionables, quizás por eso, no acertaban que pintaban ellos en la puesta en marcha de su candidatura como Senador. Pero sin lugar a dudas, Meyers fue un camarada de antaño, eso era algo que ambos valoraban y que nunca olvidarían.
En Arkham, el día era tan frío y lluvioso como en la cercana Boston. Adam pasó una hoja más de su calendario en su austera cocina, hoy era 9 de septiembre de 1924.
Entonces lo recordó, hace 8 años el aún era policía, poco después lo tuvo que dejar. Pero su vocación de investigar, su vocación de buscar la verdad seguía tan viva como antes.
En breve, sin saberlo, todos se reunirían en Beacon Hill, el lugar dónde se encontraba la ostentosa mansión de Will Meyers.
Mansión Will Meyers |
John sin lugar a dudas se encontraba en un ambiente muy habitual para él, así que se paseo por la sala dejándose caer en las conversaciones que le interesaba, saludando a algunos embajadores que estaban presentes, y bebiendo sin tapujos.
Sin embargo, Adam, Frank y Alex no probaron el alcohol, y pronto hicieron grupo hablando entre ellos.
Mientras John saludó a Sophia, la joven mujer de Meyers, 20 años más joven, pero no menos rica. Proveniente de una poderosa familia de armadores y empresarios del transporte, los Denver, y como pudo comprobar mecenas del British Museum. Ya que uno de sus conservadores, el arquélogo Vernon Whitlow la acompañada como invitado suyo.
El inglés no tardó en invitar al heredero de los Cargill-MacMillan, a la inauguración de una nueva exposición a finales de año, y por supuesto también a darle libertad para colaborar con alguno generosa aportación.
Vernon Whitlow |
No muy lejos, los abstemios conversaban sobre su vidas actuales, después de sus tiempos en la Gran Guerra, donde compartieron destino con la la 4ª División de Infantería. Cuando fueron interrumpidos por uno de los abogados con peor fama de la ciudad. A él le gustaba que le llamasen como "defensor de las causas pérdidas", aunque sus clientes no solían perder.
Ofreció a Adam, aunque incluyendo a sus compañeros, un trabajo fácil, un inventariado de una propiedad hace mucho tiempo cerrada, y que ahora había sido heredada por uno de sus clientes. Como no era ni el momento ni el lugar adecuado, si estaban interesados podrían hablar al día siguiente, a la hora de comer en el Restaurante Verdi, cerca de los juzgados de la ciudad.
Poco después Meyers los reunió, y les dió las gracias por haber venido. Recordaron de forma breve los tiempos pasados, y les ofreció su ayuda si la necesitaban en el futuro. El anfitrión se marchó, abandonando la fiesta.
Aunque ellos aún tuvieron tiempo de conocer al conservador del British Museum, y Frank a pesar de su ruda apariencia, aprovecho para charlar con él de historia. Aunque alguno de sus compañeros, bromeo sobre el asunto.
Después la fiesta acabó, y todos ellos volvieron a los coches, para regresar a la ciudad. La lluvia no había tenido tregua, y la noche era especialmente fría.
Mientras bajaban, fueron sobresaltados por una figura pálida que cruzó la carretera, y que no atropellaron gracias a una afortunada conducción.
A pesar de este inesperado encuentro, no tardaron en bajar de sus coches, con paraguas y gabardinas, e incluso alguna linterna. John vió la zona donde aquella persona había cruzado, y Frank encontró un rastro que pudo seguir con su linterna.
Dentro en el bosque, algo alejada de la carretera, encontraron al pálida figura agazapada en un arbusto. Parecía temerosa de ellos, estaba prácticamente desnuda, vestida apenas con jirones de ropa, y con claras evidencias de haber sido maniatada, y torturada.
John no dudo en taparla rápidamente con su gabardina, y tras intentar hablar con ella, cuando acercaron su linterna vieron que era una muy joven chica asiática, con el pelo blanquecino, aunque de raíces negras. Con la piel y los labios pálidos por el frío, y con unas uñas muy largas, como si las hubiera dejado crecer durante años, aunque muchas estaban rotas de caminar por la espesa y lluviosa noche.
Todos, recuperando el espíritu marcial de unidad, decidieron tras intentar hablar con ella sin resultado, que debían llevarla a la comisaría más cercana, al pie de Beacon Hills, y así lo hicieron. Frank acompañó a la muchacha al coche de John, mientras Adam y Alex les seguían.
Allí encontraron una escasa dotación, un joven policía en la puerta, y un veterano y estricto sargento en el interior.
El sargento, llamo con rapidez a un doctor. Y por su cuenta, John uso de sus contactos y su capacidades negociadoras, para despertar a un traductor de chino (idioma que pensaron que hablaría la mujer), y pagar un taxi para llegará pronto a la comisaria.
El doctor Winters examinó a la victima, y en su informe forense constató las lesiones de la tortura y abusos que había sufrido. Y además, les aviso que la paciente estaba muy débil y necesitaba estar vigilada en un hospital.
No tardó mucho más el joven traductor, que se congratuló de conocer el idioma de la mujer, explicando a los presentes las variedades de lo que llamamos chino, y los otros idiomas que aquella mujer podía haber hablado. El sargento le cortó, y le pidió que tradujera para interrogar a la victima, también accedió que al finalizar sus preguntas, ellos pudieran hacer las suyas.
El sargento fue breve en sus preguntas, y no tardó en marcharse para transcribir respuestas, y elaborar el informe policial. Todos aprovecharon su turno de preguntas, y así supieron que la mujer había sido secuestrada, que no llevaba mucho tiempo en el país, que algunos de los secuestradores llevaban máscaras, pero que al menos tres no lo hacían, y uno de ellos era un anciano chino con un tigre tatuado en el cuello. No sabía como la habían secuestrado, y no recordaba gran parte de sus penas.
Todos vieron que no era bueno hacer más preguntas, y decidieron llevarla a un hospital con el permiso del sargento. El sargento solo les dijo que debía ser el Hospital de las religiosas de Santa Clarise, ya que había hablado con la jefa de enfermeras para que acogieran a la víctima.
Así lo hicieron, y se despidieron después de citarse para desayunar en el hotel dónde pernoctaba John, para hablar de sus siguientes pasos...